Otro fin de mundo es posible

Entre 1984 y 1989, Chile importó 20,000 toneladas de desechos tóxicos (plomo, arsénico, mercurio) de la compañía Boliden en Suecia, causando muertes y enfermedades en las comunidades de Arica, principalmente en niños. Actualmente, los mega-proyectos de extracción continuan dejando fuertes estelas de contaminación a lo largo del territorio dominado por el Estado chileno.

El siguiente artículo fue escrito como respuesta a la invitación de la revista Disentir, de México. A continuación reproducimos la primera parte. El artículo completo puede ser descargado aquí.


Otro fin de mundo es posible

Burning down the house

Es el año 2020 y la humanidad arde sobre una pila de basura creada por ella misma (1). Su situación pareciera no alejarse demasiado de lo que hace 500 años retrataban los cuadros de pintores flamencos como Pieter Bruegel o Hieronymus Bosch, pero todas las alegorías de la catástrofe quedan cortas ante el profundo sentido de desesperación que caracteriza a la civilización que sus nobles sociedades nos heredaron. La cotidianidad nos acorrala, ¿qué queda por hacer?

Uno de los mayores descubrimientos teóricos de la modernidad, junto con la teoría de la evolución o la relatividad, entre otros, ha sido el del inconsciente (2). Tal como soñamos de manera incontrolable, así también hacemos y decimos cosas en nuestra vida cotidiana que no determinamos o controlamos conscientemente. Estas ocurren como resultado de mecanismos que operan en un nivel más profundo al que nos es difícil acceder intelectual o racionalmente. Nadie puede verse la nuca, ni morder sus propios dientes.

Las teorías sobre lo inconsciente se desarrollaron más o menos en el mismo periodo que las teorías sobre la alienación y la ideología, todas corresponden a una misma época de producción y reproducción social. El mundo estaba cambiando rápidamente entonces y la narrativa del progreso, obnubilada por sus infraestructuras y gadgets, parecía no estar demasiado interesada en el cómo ni en el por qué. Las cosas avanzaban a su propio ritmo.

Ahí donde el psicoanálisis vio un comportamiento neurótico preso de una falsa conciencia, la crítica de la economía política —otro de los desarrollos teóricos revolucionarios de la época— vio un “sujeto automático” programado para su autodestrucción. Desde luego, eso no quiere decir que inconsciente y fetichismo de la mercancía (3) sean equivalentes. El hecho es, más bien, que el último es una manifestación del primero. Un rasgo que sí comparten es que ambos tienen sus propias “reglas”, que van mucho más allá de lo que cualquiera de nosotrxs es capaz de controlar conscientemente (4).

Es esta inercia la que produjo la montaña de basura sobre la que nos estamos autoinmolando. ¿Desde cuándo? Parece que desde tiempos inmemoriales. Casi no alcanzamos a distinguir desde cuándo sufrimos tanto y esa es una prerrogativa muy peligrosa para quienes temen al cambio. “La guerra es parte de la naturaleza humana” dicen algunos con total naturalidad mientras desprecian como un resabio “primitivo” el que culturas alrededor de todo el mundo veneren la tierra como a una madre. Luego, al constatar la poca diferencia que existe entre los contemporáneos de Gilgamesh y la brutalidad militarizada, los fanáticos, los explotadores y los explotados del siglo XXI, resulta tentador ponerse a hablar de una condición “transhistórica” de la humanidad, de una naturaleza humana. El terror solo aumenta cuando comprobamos que esta sentencia se repite también a lo largo de nuestras propias biografías: ¿cuándo hemos sido realmente dueñxs de nuestro destino? El mal-estar que provoca la mercantilización de la realidad, sin embargo, no es endémico de nuestra especie.

La vida de todxs está permanentemente siendo saqueada por unos pocos. La historia nos ha entregado pruebas suficientes de cómo y por qué, así como pistas claras sobre cómo evitarlo. ¿Por qué entonces una parte de nosotrxs mismxs se rehúsa a aceptar algo que en otros tiempos era de sentido común como, por ejemplo, que somos parte de nuestro entorno? Por miedo, entre otras cosas. Por miedo a perder su “propiedad”, sus “privilegios”, sus “razones”. El Ego patriarcal y mercantilista de nuestra civilización está aferrado a una serie de imágenes e ideas abstractas que garantizan su dominación concreta; siente un miedo profundo a soltar sus identificaciones, aún cuando son falsas y/o autodestructivas. Esas imágenes e ideas se defienden por la fuerza de las armas o las razones de Estado (5).

Enfrentados a la grandeza oceánica de “lo que no saben” —es decir, lo que está más allá de sus propias identificaciones, conocimiento o propiedad— los cretinos que detentan el poder huyen desesperados en dirección a la nada y nos arrastran con ellos. Lo único que importa es huir. Si puede ser en un yate o una transbordador espacial, tanto mejor.

En el mundo al revés esta huida aparece en las ciencias y en la política internacional como una institucionalización de la “conciencia de la catástrofe”. No por casualidad, desde finales de los sesenta, se multiplican los tratados y conferencias consagrados a regular la “actividad humana” sobre el medio ambiente: durante esta época se comienzan a observar las primeras catástrofes a escala planetaria asociadas a la producción industrial transnacionalizada (6).

De hecho, a pesar de que los efectos devastadores de la empresa capitalista vienen siendo padecidos por las sociedades que le sobreviven desde sus albores, el reconocimiento de ello se manifiesta hoy solo como una extensión del circo de los burócratas y activistas de la “sustentabilidad”, mientras las catástrofes se suceden una tras otra.

Desde la Conferencia de Estocolmo de 1972 hasta la COP25 de 2019, cada uno de estos eventos se agota en una recombinación de declaraciones de principios, agendas y planes de acción que pretenden domesticar la irracionalidad de la producción y el consumo capitalistas dentro del Estado, dentro de la política que la hace posible.

La causa por el “desarrollo sostenible” (7) nos quiere hacer pagar los costos de la reconversión de las industrias a “fuentes de energía renovables”, o sus prácticas social y ambientalmente “responsables”, sin poner fin a la apropiación sistemática de los explotadores de la potencia de las fuerzas naturales (y humanas). En otras palabras, sometiendo una vez más las necesidades humanas y las condiciones de la vida planetaria a las necesidades del sujeto automático.

A nivel de la vida cotidiana esto último lo podemos observar en las incesantes transformaciones del valor que, en su carrera por aumentarse a sí mismo, arrasa con todo a su paso (8). Lo que, en los términos espaciales y sociológicos de hoy, se conoce como gentrificación se ha vuelto una de las manifestaciones más flagrantes de este proceso para los habitantes de las áreas urbanizadas del mundo (9). Pero lo cierto es que solo quienes siguen presos de la moral culpabilizante de la época —esa que obliga a expiar el pecado de la existencia a través de la obligación de trabajar, de consumir, de militar— están dispuestos a pagar ese precio.

Siguiendo una lógica que solo profundiza las contradicciones, la humanidad desesperada inventa nuevos pedestales desde los que saltar al vacío:

Estamos a punto de conectar el mundo físico al internet: el planeta y todo lo que está sobre este se volverán cosas en la ‘Internet de las cosas’. Y no solo páginas web acerca de las cosas. Lo que quiero decir es que, literalmente, todas las cosas que encontramos en nuestra vida cotidiana, las máquinas y los electrodomésticos que usamos en nuestros trabajos y en el hogar, los edificios en los que vivimos y los autos en los que nos desplazamos, e incluso nosotros mismos, nos volveremos parte del ‘Internet de las cosas’ (10).

Los promotores del desarrollo sostenible hoy celebran las posibilidades abiertas por la microelectrónica. Un fantasma ronda las conferencias de los tecnócratas verdes: el de la planificación racional. La expectativa es que con la total existencia desdoblada de la naturaleza en internet sea posible gestionar un uso eficiente de los “recursos naturales”, resolver los problemas de desplazamiento de mercancías, ajustar la “brecha” entre la oferta y la demanda, etc. Emerge otra relación de la sociedad con su entorno caracterizada por la planificación espacial, el control, de los flujos (flujos de mano de obra, de capitales, de automóviles, de energía, de materias primas, etc.) y sus conexiones.

Aunque desde finales del siglo XIX se sabe que la revolución industrial está detrás del creciente deterioro del ambiente, hoy, en una nueva aplicación desesperada del principio deus ex machina, se espera que sea otra revolución industrial la que nos salve. La consigna es la de siempre “el desarrollo de las fuerzas productivas os hará libres”.

(…)


Notas

  1. La temperatura promedio global ahora es 1º C más alta que al comienzo del siglo pasado. Así, a medida que ciertas partes de la tierra se secan, los incendios aumentan en probabilidad e intensidad. Durante el 2019, se quemaron más de 20 millones de hectáreas considerando solo los megaincendios del Amazonas y Australia. El mundo literalmente se está transformando en un infierno con zonas cubiertas por llamas de manera permanente.
  2. Descubrimientos para los occidentales, pero no necesariamente para la humanidad. De un tiempo a esta parte, la arqueología y otras ciencias que estudian el pasado humano, han podido constatar que civilizaciones previas a la judeo-cristiana occidental, incluso ya extintas, tuvieron un alto grado de desarrollo del conocimiento respecto de los fenómenos naturales (ya sean terrestres o más allá de la tierra), físicos y químicos (del cuerpo humano y la materia), como de cuestiones que van más allá de la materia (espiritualidad, psicología, etc.). Paradigmático resulta el caso de la tradición tántrica, por ejemplo. La genialidad de los avances registrados hacia finales del siglo XIX consistió no solo en el contenido de las observaciones, sino quizá sobre todo en la capacidad de articularlas en el lenguaje de la ciencia y la modernidad. No se puede decir lo mismo de la economía política, cuya crítica consistía y estaba determinada justamente por una especificidad histórica.
  3. “El sujeto no es el hombre sino la mercancía en cuanto sujeto automático. Los procesos vitales de los hombres quedan abandonados a la gestión totalitaria e inapelable de un mecanismo ciego que ellos alimentan pero no controlan. La mercancía separa la producción del consumo y subordina la utilidad o nocividad concretas de cada cosa a la cuestión de cuánto trabajo abstracto, representado por el dinero, ésta sea capaz de realizar en el mercado”. Anselm Jappe, “Las sutilezas metafísicas de la mercancía”, 2016, disponible en aquí.
  4. En la teoría psicoanalítica el inconsciente no tiene un carácter negativo. De ahí que el proceso terapéutico que propone involucre como gran motivo el volver consciente lo inconsciente, transformar el Id en Ego, algo que podría resumirse como un profundo sentido del darse cuenta. No porque se vuelvan evidentes los conflictos ocultos en el inconsciente, sino porque el inconsciente aporta una cantidad de información que el contenido ficticio, engañoso e ideológico de la consciencia es incapaz de reconocer por sí solo, limitando su propia percepción de la realidad.
  5. Para mayor información consultar: “Por la razón o la fuerza”, s.f. En Wikipedia disponible aquí; Julio Cortés, “La Ley de Seguridad del Estado como instrumento de represión política” 2020. Disponible aquí.
  6. Por ejemplo, la de Torrey Canyon en 1967. El catastrófico hundimiento de este buque petrolero propiedad de la corporación liberiana Barracuda Tanker Corporation —una subsidiaria de Union Oil Company of California bajo el control de British Petroleum—, introdujo al mundo a la devastación de los derrames transnacionales al verter alrededor de 164 millones de litros de petróleo en las costas de Inglaterra y Francia. Todos los intentos de limpiar el derrame probaron ser inútiles. Se intentó remover el petróleo quemándolo con napalm, se lo intentó hundir con explosivos, luego se intentó lavarlo con decenas de miles de toneladas detergente y eso incluso intensificó los niveles de toxicidad para el ecosistema marino. “En ese momento pensamos que estábamos haciendo un buen trabajo porque el petróleo estaba desapareciendo”, recuerda Gerald Boalch, biólogo marino de la Marine Biological Association del Reino Unido que estuvo implicado en el evento, “pero algunos colegas hicieron pruebas de laboratorio y se dieron cuenta de que el petróleo se estaba volviendo incluso más tóxico para la vida marina porque se hizo soluble y, por lo tanto, más organismos lo podían incorporar en sus sistemas”.
  7. Planteado por primera vez en la conferencia de Río de Janeiro de 1992.
  8. Ver: Karl Marx, El capital. Libro 1, capítulo VI (inédito). D.F.: Siglo XXI, 2009.
  9. En el contexto de lo que la academia llama “urbanización planetaria” el fenómeno de la gentrificación sobrepasa los límites oficial de las áreas urbanas.
  10. John Barrett, The Internet of Things: Dr. John Barrett at TEDxCIT , 2012. Disponible aquí.